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La caridad en la guerra


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LA CARIDAD EN LA GUERRA.

Nuestra mano tiembla al trazar estas línea, y lágrimas tristes caen de nuestros ojos. Los compatriotas, los que son dos veces her- manos crorren á las armas, y esos campos, cubiertos de flores y de verdura por la mano de Dios, van á ser ensangrentados por la ira de los hombres. Ha sonado el grito mas terrible que pueda salir de labios humanos; ha sonado el grito ¡Guerra! y que el combate dure dias, semanas ó meses, habrá sangre y duelo y desolacion. Al preveerla, al sentirla, no hacemos cálculos ni inculpaciones; no traza estas líneas, ni el pensador que medita, ni el juez severo que acusa, sino la mujer que llora, y desolada esclama: ¡Socorro á los heridos!

¡Voluntarios de la caridad! acudid á su llamamiento; que su dulce voz se deje oir entre las roncas voces de la ira y que el bálsa- mo de su amor caiga sobre las heridas abiertas por el oido y la ver- güenza de ver dureza y crueldad.

Alejad de esos campos que se llaman del honor, la infamia de en- sañarse con los vencidos, y de no tender la mano al que yace por tierra. Enarbolad vuestra bandera blanca con cruz roja, símbolo de paz, de sacrificio y de piedad. Recordad despues del combate el hermoso lema de nuestra asociacion: LOS ENEMIGOS, MIENTRAS ESTAN HERIDOS SON HERMANOS. Hermanos. ¡Ah! Lo eran; unidos estaban ayer por dobles lazos, los de la humanidad y los de la patria, esos que hoy rompen todos al empezar esta lucha, dos veces fraticidia.

¡Acudamos todos los que sabemos compadecer; la humanidad nos llama; nos llama el honor verdadero; nos llama la patria dolo- rida, para que restañemos la sangre que corre de sus heridas nume- rosas. Que ninguno desoiga su gemido; que su voz vaya á encender

en amor santo hasta los corazones mas tibios, como despierta el es- truendo de la artillería los ecos dormidos de las montañas!

¡Y vosotras, mujeres, sexo piadoso y amante, mientras los hom- bres se levantan en armas, elevad vuestra alma á esas regiones se- renas, donde se halla escusa para todas las faltas y compasion para todos los dolores! ¡Acudid con vuestro vendaje para los heridos; con vuestro ruego piadoso para desarmar la cólera implacable; fraterni- zad con todos los que sufren, llorad con todos los que lloran, y así Dios os colme de bendiciones, de modo que veais los largos años de vuestros, y que sobrevivais á ninguno de vuestros hijos!

Concepción Arenal

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