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Hija, Esposa y Madre


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HIJA, ESPOSA Y MADRE CARTAS DEDICADAS A LA MUJER ACERCA DE SUS DEBERES PARA CON LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD.

PARTE TERCERA MADRE (continuación) VIII. Mélida á Clara C...Julio de 18... Bautista se ha empeñado en que busque una aya para los niños, mi querida hermana, y no puedo espresarte cuanto me aflije este repentino capricho suyo.

Dos cosas le pido ferverosamente á Dios ca- da noche y cada mañana.

Que haga variar de modo de pensar á mi marido, ó que me dé fuerzas bastantes para re- sistirle en este punto.

¡Soy yo tan dichosa educando á mis ángeles, presidiendo sus estudios, formando, en fin, su corazon para la virtud!

¿Qué aya hará el estudio profundo que yo he hecho de sus caractéres para dirigirlos á cada uno por los medios que me parecen mas conve- nientes?

Siempre he profesado una oposicion instinti- va á la educacion del aya: sobre todo, en nues- tro país, es inadmisible.

En Francia se educa á la mujer de una ma- nera que ella á su vez puede educar á otras mujeres con un éxito brillante: la instruccion de una francesa no podrá ser todo lo moral y cristiana que se desee; pero, en cambio, dá una educación elegante, y la jóven, que la reciba, podrá brillar admirablemente en un salon : el talento cultivado de la mujer francesa le permi- tirá estudiar—como es preciso hacerlo—el ca- rácter de su educanda y adoptar con ella el sis- tema mas á propósito para desarrollar sus bue- nos instintos y estirpar los malos, si los tiene: le enseñará perfectamente la música, el dibujo, toda clase de labores de adorno y á hacer, á las mil maravillas, los honores del salon y de la mesa; pero todo esto, aunque sea mucho para nuestra buena sociedad, no satisface mi mater- nal corazon, que desea mucho más.

En el caso de elegir aya, yo buscaria une mu- jer inglesa: son, á mi parecer, y segun lo que en mis lecturas he aprendido, las mujeres mas á propósito para educar á una jóven en lo que toca á la buena direccion de una casa é igual- mente para que haga un la sociedad un buen papel.

Sin embargo, las inglesas saben lo que valen y exigen por su educacion crecidos honorarios que yo no podria satisfacer; y además, la inter- vencion de una persona estraña entre mi hija y yo, que solo podria admitir en caso de la completa ruina de mi salud, es por ahora inú- til y la rehussaré en tanto pueda yo llenar mis obligaciones de madre.

Felicia tiene un carácter especial y que sola yo podría manejar; es violenta, y el castigo la exasperaria, por lo que yo evito todo lo posible que tenga frecuentes conversaciones con su pa- dre, que hoy, por desgracia, es violento tam- bien, tanto como antes era suave y apacible.

Creo que para educar á los niños con acierto se debe, lo primero, estudiar si carácter y pro- pensiones, y que lo que para unos puede traer la cura radical de malas disposiciones, la pue- de exasperar en otros.

He procurado, desde que la luz de la razon ha empezado á despuntar en mis dos hijos ma- yores, formarles en el corazon, que es á mi juicio el regulador de todas las acciones importantes de la vida: he hecho comprender á mi hijo que debe ceder en todo lo que sea justo á su herma- na, porque ya tiene el privilegio de la fuer- za, debe tener el mérito de la bondad:—«jamás —le he dicho—jamás se humilla un hombre ce- diendo á una mujer, y dá mas bien una prueba de la fortaleza y de la bondad de su alma, com- placiendo á un ser tan débil y tan sujeto á to- dos los sinsabores de la existencia.»—

En cuanto á Carlos, el mas pequeño de mis hijos, tosavía no tiene carácter fijo en su tierna edad de cinco años, aunque ya descubre el co- razon mas bello y mas delicado , en mil rasgos que yo recojo con inefable delicia.

¡Ay, hermana mia! me arrebatarán la di- reccion moral y el cuidado de mis hijos? eso se- ria mi sentencia de muerte! yo ruego á Dios todos los dias con profundo fervor, con honda angustia que no me haga pasar por esta prueba terible y superior á mis fuerzas!

Negarte que estoy triste, que padezco, es im- posible : tú lo has comprendido demasiado, mi querida Clara; y luego no es una falta el ser infeliz para ocultarlo.

Algunas veces mi valor decae, y pido á Dios que me llame á si; porque yo no puedo descri- birte el tormento que es para mí, estando en dé- bil y tan poco acostumbrada á la lucha, el vivir constantemente al lado de un hombre que siem- pre está ceñudo y disgustado, que solo habla con acento duro é imperioso, y que me trata como un ser tan inferior á él, que ninguna considera- cion merece.

Y sin embargo, Clara, no me determino á dejar mi casa y á ir á pasar algun tiempo á tu lado, aunque tanto lo deseo : no! aquí está mi deber y aquí debo permanecer yo: tal es mi obli- gacion, y mas ahora que veo amagada de un gran peligro la tranquilidad y la dicha de mis hijos.

Hay aquí una mujer... una de esas mujeres fatalmente dotadas por el cielo de todos los atractivos y de los cuales el vicio no es el me- nor: lleva un título, no sé si verdadero ó falso, aunque mas creo que será lo último que lo pri- mero: esta mujer ha caido entre esta gente llena de pretensiones y de ignorancia como un bri- llante metéoro, ha deslumbrado á todos y tam- bien á mi marido: Bautista, á la manera de un niño, se ha dejado alucinarpor la extranjera y se ha disgustado mas de mí que conservo mis costumbres sencillas de la provinciana ó, me- jor dicho, de la campesina.

En medio de todo, la vista y la compañía de mis hijos me sirve de consuelo y no me atrevo á llamarme desgraciada: esa alucinacion de Bau- tista pasará, y yo espero que esto llegue, encer cerrada en mi vida monótona é igual, es cierto, pero tranquila.

Me levanto temprano y yo misma visto y aseo á mis hijos, desayunándome con ellos en el comedor.

Pasamos despues á su habitacion donde cada uno toma sus libros, pues aun soy yo felizmen- te quien dirige sus estudios.

A la una se terminan las lecciones y se visten para comer á las dos: despues de la comida, hay un rato de recreo en el jardin, y yo me retiro á reposar un poco á mi cuarto: Felicia trabaja en sus labores de aguja por la mañana, y por la tarde lee á mi lado los libros que yo le elijo en mi reducida biblioteca.

Por la tarde salimos á dar un paseo solitario: no perdono medio alguno de que mis hijos estu- dien en el gran libro de la naturaleza : en cada cosa que les sorprende, les hago ver y admirar el poder de Dios: algunas veces, despues de mirar una florecilla, ó la primera estrella que aparece en el horizonte, brota de sus lábios inocentes una oracion que estoy segura acoge Dios en su inmensa bondad con paternal sonrisa.

A las nueve se cena, y despues rezo con mis hijos las oraciones de la noche y les acues- to en seguida.

Sentada al lado de sus camitas, te escribo de la misma manera que tu lo haces, hermana mia: perdona que no vaya á verte, como desea- ria, acompañada de mis hijos: ahora soy desgra- ciada, y la desventura no puede tener otra com- pañía que las oraciones ni recibir otros consue- los que los de la religion.

Mis hijos abrazan á los tuyos; recibe su ca- riño y el de tu hermana

Mélida

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